Prefieres agotarte o decir que «no»

Sinceramente, creo que vamos por la vida descompensados. Trabajamos mucho, pero no descansamos de la misma manera; tenemos miles de obligaciones pero el disfrute y el placer para poder compensar se quedan en segundo plano; la tensión en nuestros cuerpos no suele ir acompañada de actividades para relajarnos; estamos muchas horas despiertos y no las necesarias durmiendo; queremos aparentar que siempre estamos bien pero no es así porque el ser humano está bien y mal; solemos estar siempre con gente y pocas veces solos. 

Cada una de nosotras puede identificar cuáles son las causas que le llevan a esa falta de equilibrio o dicho de una forma directa, a ese continuo estrés y agotamiento. Es cierto que el cansancio físico y psíquico tiene múltiples orígenes (luego os cuento algunos), pero sin duda hay algo que para mí es especialmente importante. No sabemos actuar desde la libertad. Nos resulta muy complicado «decir que no», «decir basta» a lo que sea: a los demás, a nuestra buena imagen, a la necesidad de éxito o de ser padres y madres perfectos… Muchas veces inconsciente o conscientemente preferimos agotarnos que sentir esa culpabilidad o ese miedo a que nos rechacen si «decimos no».

En mi caso el desequilibrio que sufrí fue tan marcado que me rompí física y emocionalmente. Hago aquí un inciso comentando algo que es importante conocer: no es necesario únicamente que sea muy marcado el estrés que estés viviendo para llevarte al agotamiento, sino que puede ser poco marcado y muy duradero en el tiempo para provocarte lo mismo.

Durante la primera mitad de mi vida le había dado la misma prioridad a todo lo externo y nada a lo interno. Era incapaz de saber qué cosas eran muy importantes para mí, cuáles importantes y qué cosas menos importantes. Y recuerdo que hubo un momento muy profundo en el que me planteé si las creencias y la jerarquía de valores que tenía fijadas (que todos tenemos aunque no nos demos cuenta) me facilitaban o me dificultaban la vida, y sobre todo si me permitían estar sana.

La madurez emocional es una tarea para toda la vida, pero es una habilidad que se aprende y poquito a poco se va adquiriendo como parte de uno mismo. El trabajo no es sencillo porque nos arriesgamos a que “nos saquen del grupo”. Pero más bien lo que suele suceder por experiencia propia es que haya una “reorganización natural”. 

El trabajo personal clarificando tus prioridades y tus valores y resignificando tus creencias te lleva a esa madurez emocional que te transforma y te permite estar en equilibrio y por tanto, saludable. 

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